Temo los tiempos de
recreación que tenemos los frailes las tardes de los miércoles. Aunque -siendo
sincero-, en realidad me encantan. Es cierto que me canso en explicar cosas a
mis novicios de todas las tendencias, pero también reconozco que disfruto
haciendo ver a los más modernistas sus contradicciones y desvaríos. Los pobres,
tan acostumbrados a tragar los cuentos de viejas (aquellos a los que se refería
San Pablo cuando escribía su primera carta a Timoteo en IV, 7: evita los cuentos de viejas y ejercítate en
la piedad). San Pablo sabía lo que se decía, aunque aún no había escuchado
las homilías de Santa Marta. Pero era muy listo y sabía lo que iba a pasar.
.
La pregunta estrella
de esta semana, venía dirigida a mí como un torpedo o un misil modernista. Francisco ha
hablado de la obstinación de los que se aferran y empecinan en no
abrirse a las novedades del Espíritu y las sorpresas de Dios:
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Los cristianos obstinados
en el ‘siempre se ha hecho así’, ‘éste es el camino’, ‘ésta es la senda’,
pecan: pecan de adivinación. Es como si fueran a ver a una adivina: ‘Es más
importante lo que se ha dicho y que no cambia; lo que siento yo – por mi parte
y de mi corazón cerrado – que la Palabra del Señor’. También es un pecado de
idolatría la obstinación: el cristiano que se obstina, ¡peca! Peca de
idolatría. ‘¿Y cuál es el camino, Padre?’: abrir el corazón al Espíritu Santo,
discernir cuál es la voluntad de Dios.
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-¿Qué piensa usted de
esto, Fray Gerundio? ¿Cree su reverencia que tienen razón estas palabras?
(risitas de fondo…).
-Pues claro que tiene
razón. Es un análisis muy certero y razonable. Y me parece muy adecuada la
utilización del calificativo obstinado. Precisamente lo utilicé yo hace pocos
meses en una de nuestras charlas de los miércoles.
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Y he comenzado a
explicarles con toda paciencia el sentido de una obstinación que acaba
ciertamente en idolatría. Mi perorata, junto al claustro que mira al
mediodía, ha sido precisamente sobre los obstinados e idólatras del Vaticano II
y de la Iglesia Postconciliar.
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Estamos en una época
en la que se ha idolatrado completamente la doctrina, los textos y el
infinitamente cacareado espíritu del
Concilio Vaticano II. En su nombre se ha dirigido y sustentado cualquier
género de desmanes y fechorías.
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Hemos afrontado los
últimos cincuenta años de la Iglesia sin pensar en otra cosa. O mejor, dicho,
solamente pensando en destruir todo lo que fuera anterior a 1963. El deterioro
ha sido descomunal. Se puede consultar fácilmente el desastre y el cataclismo
producido por las secularizaciones y posteriores casamientos de los sacerdotes,
la disminución agresiva y exponencial del número de miembros de las Ordenes
Religiosas (ellos y ellas), el descenso en la asistencia a Misa dominical, el terremoto
catequético gracias al cual nadie sabe catecismo (a pesar de las publicaciones
de Catecismos y Compendios) ni le preocupa lo más mínimo, el debacle de la
Teología con legión de teólogos oficiales poniendo en duda y/o negando los
dogmas fundamentales de la Iglesia, la eliminación de la fe en la Sagrada
Escritura, el vaciado sistemático de los Seminarios… y así podríamos continuar.
Nadie puede negar estos hechos puramente estadísticos. De ahí el consabido post
hoc, sed non propter hoc con el que los fulanos han agredido las mentes de los
católicos ingenuos durante 50 años.
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Parece que lo lógico
hubiera sido que al menos alguno de los jerifaltes reconociera el desastre,
aunque sólo fuera para hacer un análisis y a la vista de ello recomenzar,
cambiar el rumbo, restaurar lo perdido, eliminar lo erróneo, reconocer los
errores, recuperar el catolicismo de siempre y mandar al exilio teológico a los
responsables.
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Pues bien, a pesar de
eso, estos idólatras siguen erre que erre reivindicando el éxito de la doctrina
conciliar y postconciliar. Tiene razón Francisco. Yo creo que se refiere a
ellos. Son idólatras del Vaticano II y no se abren a las sorpresas de Dios.
Siguen insistiendo: Desde el Concilio las cosas son así, y no aceptamos ningún
cambio.
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Que el Espíritu
permite que se pueda recuperar la Santa Misa de la Iglesia de todos los tiempos
y se ve que hay bastante número de fieles que la valoran y asisten a ella… pues
los Obispos se cierran a tal posibilidad de cambio. Prohiben la Misa y
persiguen a los seglares como tradicionalistas recalcitrantes. Porque desde el
Concilio las cosas son así, y no aceptamos ningún cambio.
.
Que el Espíritu hace
ver el fracaso del Ecumenismo y de cincuenta años de conversaciones ecuménicas,
así como de los Encuentros de Asís… pues los idólatras encerrados en sus
costumbres siguen conversando con las otras religiones -más que conversar se
han metido en la misma cama-, mientras la católica se vacía de fieles. Porque
desde el Concilio las cosas son así, y no aceptamos ningún cambio.
.
Que se abre la
posibilidad de Seminarios con muchas vocaciones jóvenes a la vivencia
de un sacerdocio piadoso, menos mundano y más sobrenatural… pues se destituye
al Obispo, se cierra el portón y se manda a los seminaristas a su casita.
Es que no son seminaristas que viven el espíritu del Concilio, no van a bares
gays, no salen con chicas y no van a Taizé. Porque desde el Concilio las cosas
son así, y no aceptamos ningún cambio.
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Que se percibe que
hay muchos fieles católicos que consideran la Santa Misa como un verdadero
Sacrificio, pues se les señala con el dedo como exagerados y tridentinos,
porque la Misa es un Banquete. Prohibido hablar de Sacrificio. Porque desde el
Concilio las cosas son así y no aceptamos ningún cambio.
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Que hay alguien
quiere cambiar esta deriva de
la Iglesia y de sus Pastores y estar abiertos a lo que el Espíritu nos quiere
decir de que esto es un verdadero desastre, ha desaparecido Dios del horizonte
de la predicación y la Iglesia se ha convertido en algo menos que una ONG,
colaboradora de la pagana ONU, colaboradora de todas las religiones (incluso de
las que están matando cristianos a base de bien)… pues se impide hacer
proselitismo, y se visita un domingo una sinagoga y otro domingo una mezquita.
Porque desde el Concilio las cosas son así, y no aceptamos ningún cambio.
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Que hay una
disposición del Papa anterior para cambiar las palabras de la consagración y
decir Pro Multis, en lugar de lo que estableció villanamente el espíritu del
Concilio… pues se obstinan en su cabezonería y no llevan a cabo el cambio. Ya
hablé aquí de la Conferencia
Episcopal Española. Lo mismo que el propio Francisco, que sigue sin
hacer el cambio cuando dice las misas en italiano (o sea, siempre). Porque
desde el Concilio las cosas son así, y no aceptamos ningún cambio.
.
Podríamos seguir. Son
reacios al cambio. Son enemigos del cambio. Son idólatras de la estabilidad de
la doctrina conciliar. Son obstinados. Me encanta que Francisco, por fin se haya
dado cuenta de ello. Digo yo…
.
Los ojos de los
novicios más perspicaces echaban fuego y gruesas gotas de sudor caían por sus
mejillas. Pero yo me reafirmo en lo dicho. Gracias, Santo Padre, por abrirnos
los ojos y las mentes. Me niego al inmovilismo postconciliar y me uno
fervientemente al cambio hacia las doctrinas de siempre. Eso sí que sería un
verdadero cambio. Estoy abierto a estas insinuaciones del Espíritu.
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Por cierto, aquí les dejo
una de las insinuaciones del Espíritu que gustan ahora en los ambientes
vaticanos, episcopales, congregacionales y parroquiales: un reality de novicias que tienen que vivir la castidad
durante unos días ante las cámaras. Insólita sorpresa. Ya no saben qué inventar
y qué profanar. La auténtica sorpresa sería que el/los Obispos y Superiores
correspondientes dijeran que NO a esta apertura al Espíritu Santo.
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