Mes de Junio: tiempo
de fuerte devoción Eucarística y a la vez por ubicación cronológica, de fervor
religioso al Sagrado Corazón de Jesús. Están bien cercanas las solemnidades
litúrgicas del Corpus Christi, que este año 2016 se ha celebrado el 26 de mayo,
y la del Sagrado Corazón de Jesús, viernes 3 de junio del presente. La
adoración a la presencia Real de Cristo en la Eucaristía nos une a su Corazón
Adorable para que nuestra Fe jamás caiga en la tentación de un “Dios lejano”
solo todopoderoso y ajeno a los corazones humanos que quiere redimir. La
devoción al Sagrado Corazón de Jesús no sólo previene del jansenismo sino del
deísmo racionalista que hoy se interpreta en clave posmoderna a través de la
“New Age” y de corrientes similares que pretenden degradar la fe para
convertirla en pura ideología. Digamos de todo corazón, los católicos, que
basamos nuestra fe en la confianza plena depositada en el Sagrado Corazón de
Jesús y del Inmaculado Corazón de María Santísima.
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Desde esa previa
consideración hemos de hacer examen de conciencia, privada y comunitaria, sobre
la tentación hoy extendida a todos los niveles (laicos, religiosos y clero) de
enfrentar, más o menos conscientemente, el diabólico ídolo “dios” de plastilina
al Sagrado Corazón de Jesús y, como efecto inmediato, a la fe en la presencia
Real (y no simbólica) de Cristo en la Eucaristía. Y esta disidencia agresiva
cuaja de forma sorprendente en la perversión de las tres virtudes
teologales, con el aplauso del pensamiento mayoritario y la colaboración
(por omisión) de una no pequeña parte de la jerarquía eclesial que, o bien no
lo constata, o prefiere mirar hacia otro lado. Veamos los efectos del
dios de plastilina en la vida de fe, esperanza y caridad, asumiendo que es la
teología modernista quien ha configurado ese híbrido creyendo servir a “la
verdad” (o sea, a SU verdad):
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FE: Desde la devoción
al Sagrado Corazón de Jesús, la Fe es ante todo CONFIANZA en Cristo Redentor,
que se rebajó hasta encarnarse, y cuya vida entera fue para hacer el bien,
predicando el mensaje de salvación a la humanidad, y padeciendo pasión y muerte
terrible para dar testimonio de la verdad y mostrar su amor infinito a los
causantes de la cruz, nosotros, pecadores todos. Resucitó para darnos la
oportunidad de resucitar a la vida eterna si somos fieles a su llamada. Pero la
“fe” en el dios de plastilina no es confianza, sino mera acción del
conocimiento. El modernismo sustituye el método deductivo por el inductivo (y
lo hace de modo radical) de manera que invierte los términos: es Dios quien ha
de confiar en el ser humano (bueno por naturaleza) y, por tanto, la fe en Dios
se transforma en asentimiento intelectual de un dios observador de la
humanidad para ir cambiando la “verdad” objetiva según los avatares de esa
misma humanidad. Fíjense bien: el católico sincero reza “Sagrado Corazón de
Jesús, en Vos confío”……y el modernista “católico” impera: “Dios (seas quien
seas), confía en mí”. Por eso la Iglesia Católica, cuando se ve imbuida por el
dios de plastilina, hace dejación de predicar “Cristo” a los hombres, sino que
exige a Cristo que se deje predicar por las mayorías humanas.
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ESPERANZA: Desde la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús, la ESPERANZA está cifrada en la salvación
como don inmerecido que Dios da a quien lo acepta con su vida coherente (en
Gracia de Dios, en acuerdo con la Ley Natural). Entonces el católico verdadero
asume que ha de tener Fe avalada por las obras, para salvarse (Cfr. Mateo XXV),
y de ese modo huye tanto de la tentación pelagiana como de la luterana. Pero
desde el dios de plastilina se vuelven a invertir los términos (recordemos que
la inversión de la verdad es lo propio del diablo, que es el “mono” de Dios):
con la seguridad plena de estar ya salvado (viva como viva, crea lo que crea),
el modernista considera que la virtud de la esperanza fluye solo hacia lo
temporal, lo social, lo cultural, lo antropológico en definitiva. Descargando
la conciencia de todo remordimiento moral (la gran victoria de Satanás: que
nadie tenga que pedir perdón a Dios), se da por sentada la salvación eterna, la
cual, si acaso, llama a una “ética de situación” como respuesta humana al
regalo impuesto de la Gloria Eterna. Por eso la Iglesia Católica, cuando se ve
imbuida por el dios de plastilina, en vez de ser instrumento de salvación para
los hombres, convierte a los hombres en “salvación” para ella misma. De ahí a
afirmar que la Iglesia “o se adapta o muere” hay un solo paso.
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CARIDAD: Desde la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús, la Caridad está perfectamente ubicada en
el seguimiento a ÉL (a Cristo), y, desde Él, al prójimo. Y su Corazón nos
recuerda que Él siente, que ama con amor afectivo, puro, perfecto, entrañable… divino,
que no es un Dios lejano sino cercano, que se goza con nuestra amistad, que
derrocha su misericordia sobre nuestros corazones contritos… ¡Qué maravilla es
que DIOS sea así!... ; pero, el dios de plastilina nos lleva a la peor de todas
las tergiversaciones. En la plastilina no hay corazón, solo masa informe que
cada hombre modela a la manera de sus deseos egoístas. Es el “Cristo a mi
modo”, “Iglesia a mi modo”, “Doctrina a mi modo”… es, simplemente: Ideología.
Si, ideología humana, solidaria, ética….hasta de búsqueda de justicia, pero
mera ideología, la cual NUNCA podrá tocar el corazón humano para convertirlo,
jamás causará el enamoramiento que los santos han tenido del Señor para
entregarse a Él del todo y no en “compartimentos estancos”. La Iglesia
Católica, cuando se ve imbuida por el dios de plastilina, rebaja la caridad al
nivel filantrópico e imanentista, solo susceptible de una entrega parcial, al
estilo horizontal político, pero no con todo el corazón. Nadie se podrá
enamorar de una idea sino de una persona: y esa persona es Cristo, Verdadero
Dios y Verdadero Hombre; no es una energía, un símbolo o un ideal de bondad
sociológica. Cuando se cae en esta tentación en la Iglesia no se predica
“cambiar el corazón para asemejarse al de Cristo” sino más bien “cambiar la
doctrina para que el corazón de Cristo se identifique con el de cada hombre en
su egoísta individualidad”. Es, en fin la inversión total del Génesis: el
hombre, elevado a sí mismo a la categoría divina, crea un “dios” a su imagen y
semejanza.
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Por todo ello, hoy se
hace más necesaria que nunca la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de
María. Para que la fe cristiana de todos los bautizados se oriente por el
camino del amor y no del egoísmo y/o la autosuficiencia. Cuando esa devoción
está asentada en nuestra vida, la relación de cada alma con Dios bien se podría
comparar (salvando las distancias) con el auténtico amor humano de un
matrimonio que hace de la mutua entrega su identidad real. Eso si, con una gran
diferencia: los humanos fallamos a menudo, o muchas veces, mientras que Jesús
es el “amigo que nunca falla” como se reza en esas entrañables estampas de su
Sagrado Corazón. Lo vemos en varios ejemplos:
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En la vida
sacramental: Voy a Misa para agradarle a Él, no por mi sensibilidad variable ni
por el solo cumplimiento de un mandato. Me confieso para agradarle a Él, y
cuando no tengo pecados graves en vez de pensar “que contento estoy de no haber
pecado” lo que pienso es “que contento está Él de mi fidelidad”. Oro, en fin,
para dejar que Él llene mi corazón vacío de afectos egoístas, y no tanto para
buscar mi “relajación personal”.
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En la vida fraterna:
Amo al prójimo, a cada prójimo, porque veo en cada uno la imagen de Dios. Asumo
así el mensaje de Mateo XXV “lo que hiciste con uno de tus hermanos conmigo lo
hiciste”. Perdono al que me ofende no tanto por sentirme yo que soy bueno” sino
por dar gusto al que murió en la cruz por ese hermano que me disgusta.
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En la perspectiva de
la vida eterna: Al pensar en el juicio particular, en el momento de mi muerte,
considero qué contento se va a poner Dios al juzgarme… y no sólo que es una
felicidad inmensa llegar a la gloria eterna.
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La Devoción auténtica al
Sagrado Corazón de Jesús, en fin, me descentra a mí de mi mismo, y pone a
Cristo en el centro de mi vida, la cual entrego a Él por verdadero amor.
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