El saber si un Papa
puede obligar a los Papas futuros en un acto de administración es importante,
puesto que dependiendo de la respuesta, sabremos con más facilidad que nos
encontramos con un falso pastor cismático, en el caso de que el papa aparente
realice cambios que sabe no poder llevar a cabo.
Hay un caso que
merece ser mejor conocido: el de la Constitución Apostólica en forma de Bula
dada por elSixto V el 3 de Diciembre 1586, llamada Postquam verus.
En ella, Sixto V establece definitivamente el número y calidad de los cardenales de la Santa Iglesia Romana, y limita a 70 su número máximo, puesto que son la realización en el Nuevo Testamento del consejo de 70 ancianos que Dios señaló a Moisés para el gobierno de la Iglesia del Antiguo Testamento.
Pero lo más señalado,
es que NO deja a sus sucesores la posibilidad de modificar ese número, e
incluso se prohíbe a sí mismo el superar ese número máximo de 70. So pena de
ser cualquier creación supernumeraria totalmente nula, írrita y de ningún
valor, incluso en el momento en que el Sacro Colegio volviera al número máximo
fijado.
Todos los Papas posteriores observaron
religiosamente el contenido de la Bula, siendo retenido también en el Código de
Derecho Canónico de 1917, en particular el numerus clausus de cardenales (Canon
231).
Casualidad, casualidad, fue precisamente el Juan
XXIII el primero en desobedecer palmariamente esa ley perpetua, y además en
varios puntos:
Y además, se dio prisa… Elegido el 28 de octubre de 1958, tomó como nombre el de un antipapa del S. XV, de mundana e ingrata memoria, fautor del concilio cismático de Pisa, originador de una línea de antipapas durante las etapas finales del Gran Cisma de Occidente. No contento con ello, fue el convocador, ya como presunto Papa, del concilio cismático de Constanza, origen de toda la ideología conciliarista que resurgiría precisamente con el Vaticano II.
Bien empezaba… Y mejor siguió, puesto que, coronado el 4 de Noviembre 1958, celebraba su primer consistorio el 15 de Diciembre 1958. En él, nombró en primerísimo lugar a Mons. Montini, futuro Pablo VI, que Pío XII se había negado a hacer cardenal.
Junto con él, 22 más, llevando el número a
75, 5 más que los permitidos.
Después de lacrimosas consideraciones sobre la suerte de los católicos chinos (a los que él mismo tanto contribuiría a echar en manos del comunismo), y tras utilizar el mismo argumento de Sixto V, acerca del alivio de los más mayores en sus trabajos, justo al final, (in cauda venenum), se desliza discretamente con esto.
¿Se creía sinceramente que con tres palabras,
pronunciadas como de pasada en un discurso de circunstancias, se puede abolir
no sólo un canon del Derecho Canónico, sino una Bula que declara obligar para
siempre también a los Papas futuros?
Esto hubiera debido, no ya poner la pulga en
la oreja, sino hacer saltar todas las alarmas entre los responsables vaticanos,
sobre todo teniendo en cuenta los antecedentes del personaje.
Pero aquí no para la cosa, porque recordemos, otra norma de Sixto V prohibía tener a dos hermanos de sangre a la vez en el Sacro Colegio.
Pues aquí, ni mención siquiera de la ley, junto a Gaetano Cicognani, creado por Pío XII, adjunta su hermano Amleto, con perfecto conocimiento de que estaba violando la ley.
Poco más de un mes más tarde, en la basílica
de San Pablo Extramuros, sin consulta ni aviso, anuncia la convocatoria de un
Sínodo para Roma, de un Concilio para la Iglesia Universal, y de la reforma del
Derecho canónico de 1917. Con ello echaba a andar la peor revolución de todos
los tiempos, pillando, al parecer, desprevenidos, a tantos prelados de quienes
hubiéramos esperado más, bastante más…
Justo un año después de su primer
Consistorio, volvió a reincidir con un segundo, nombrando 8 cardenales más,
para dejar bien claro que NO deseaba observar la ley sixtina. Entre ellos, el
infame Cardenal Bea, (cuyos judaicos orígenes quizás se hallen en la muy
marránica población de Béjar, España).
Sólo tres meses más tarde, el 28 de marzo
1960, por si quedaba alguna duda volvía a crear otros 7 cardenales, más tres in
pectore, que nunca llegaron a ser publicados. Entre ellos Mons. Joseph Lefebvre,
arzobispo de Bourges, primo de un cierto Marcel, también él llamado a la
púrpura, si las cosas no se hubieran torcido…Y otro Consistorio el 16 de Enero
1961, con cuatro más,
Y otro el 19 de Marzo 1962, 10 más, y con el
anuncio de una violación más de la ley sixtina: la equiparación de los tres
ordenes con la consagración episcopal de todos los cardenales que no fueran
obispos, incluso de los cardenales diáconos.
Era difícil para casi todos darse cuenta del significado profundo de esa mutación: Sixto V enseñaba en su Bula que el Sacro Colegio sucedía al Colegio de los Apóstoles en lo que se refería al poder de jurisdicción, que recibían automáticamente sobre toda la tierra, aunque de manera indeterminada. Por esa razón, la aceptación del capelo entrañaba automáticamente la pérdida de cualquier otra función jurisdiccional dentro de la Iglesia, precisamente porque participaban de una más alta y universal, la del Obispo de Roma.
Pero los subversivos ya preparaban la
Constitución Conciliar Lumen
gentium, que renovaría los errores galicanos, pretendiendo que la jurisdicción no provenía
inmediatamente del Papa, sino de la consagración episcopal,
aunque indeterminada, lo mismo que la de los cardenales.
El colegio episcopal se convertía así en verdadero órgano soberano, haciendo por lo mismo totalmente irrelevante al Sacro Colegio.
El colegio episcopal se convertía así en verdadero órgano soberano, haciendo por lo mismo totalmente irrelevante al Sacro Colegio.
Juan XXIII, desobedeciendo toda la Bula de Sixto V, destruyó
eficacísimamente el centro de todo el organismo jurídico de la Iglesia
Militante, y nombrando sujetos hasta alcanzar el número de 88
cardenales, entre ellos peligrosos enemigos del Papado, hizo imposible que ese
Colegio reaccionara a tiempo, y denunciara a Juan XXIII como antipapa que nunca
había sido legítimo.
Para los que han tenido la paciencia de
leerme hasta aquí, diré que hay una relación muy estrecha entre los Papas cuyos
documentos hemos estudiado aquí: Pablo IV fue el gran inspirador y maestro de San
Pío V, y éste lo fué de Sixto V. Los tres conocían perfectamente toda la
perfidia de los herejes, y cómo éstos, infiltrándose hasta los pliegues más
recónditos de la Iglesia y el sacerdocio, no cejarían en su empeño subversor,
hasta sentar a uno de lo suyos en el trono petrino, desde donde impondría por
la autoridad, la fuerza y la astucia, todas las reformas-mutaciones que los
erasmianos no habían logrado implantar, ni siquiera con la amenaza del
luteranismo.
Por ello, procuraron empeñar todos sus
esfuerzos en proteger los puntos vitales: Primero el Papado, de modo que jamas
se pudiera decir que un verdadero sucesor de Pedro había caído en error u
herejía, o que un hereje podía ser verdadero pastor.
Luego, el culto divino, fuente de la inmortal
fuerza y juventud de la Iglesia, primero la Misa, (Quo primum tempore), y luego, lo más olvidado
y maltratado, el Oficio Divino (Quod a
nobis). Para que nadie pudiera pretender que la liturgia romana era otra
cosa que lo que él establecía para siempre.
A continuación, el Catecismo, eterno monumento de purísima Fe, que nunca podrá ser reemplazado por un pretendido “Catecismo de la Iglesia Católica”.
Por fin, Sixto V, que fija definitivamente el
Sacro Colegio, reduciendo de antemano a la nada jurídica todo lo pretendido por
cualquier persona, incluso Papa, que se atreva a tocarlo, por cualquier motivo.
No por nada, en la Basílica de Santa María la
Mayor, confiada especialmente al cuidado de España, hizo Sixto V edificar la Capilla
Sixtina, sobre el lugar en que se conservaba el Pesebre, cerca del lugar donde
reposan los restos de San Jerónimo, gran defensor de la infalibilidad e indefectibilidad
de la Sede Romana, nombrado Cardenal por el Papa español San Dámaso,
En esa capilla reposa el Papa San Pío V, en
altar-monumento abierto, en que puede contemplarse y venerarse el cuerpo
incorrupto del Papa de Lepanto, y frente a él, su discípulo Sixto V.
La Providencia no hace nada al azar, y volverá a demostrarlo en un próximo futuro, en que la Iglesia Romana, según la célebre profecía, conocerá su mayor triunfo y expansión…
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