¿INCLUSO DIOS NECESITA MISERICORDIA? UNA PERTURBADORA HOMILÍA del PAPA FRANCISCO (Fray Brian Harrison, O.S.)



¿Un misterio no gozoso del Rosario?
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En el Rito Latino Tradicional la Fiesta de la Sagrada Familia se celebra el domingo después de Epifanía (10 de enero de 2015). En el calendario del Novus Ordo se celebra dos semanas antes, el domingo de la Octava de Navidad; y el Papa Francisco, tras los dos recientes Sínodos sobre la familia, decidió celebrar esta Fiesta públicamente en la Basílica de San Pedro el 27 de diciembre. Tanto  en el rito antiguo como en el nuevo, el Evangelio de esta Fiesta es el pasaje de San Lucas de la pérdida y hallazgo del Niño Jesús en el templo, el quinto Misterio de Gozo del Rosario.
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Desafortunadamente, nuestro actual Obispo de Roma utilizó esta ocasión para dar un sermón que para innumerables fieles católicos, con este escritor incluido, tuvo el efecto de un baldazo de agua helada sobre la felíz ocasión, transformando la alegría en conmoción, incertidumbre y consternación. Porque el Papa Francisco continuaba así su aparentemente interminable serie de “primicias”, declaraciones radicalmente novedosas y decisiones que ninguno de sus predecesores hubiera soñado tomar, y que, de hecho, nunca hubieran imaginado escuchar de un Sucesor de Pedro.
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El Papa ha dicho algo que nos hace temblar a muchos de nosotros
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Debemos reconocer que el Santo Padre pronunció cosas muy buenas en su homilía en la Misa de la Sagrada Familia. En efecto, sus afirmaciones casi siempre contienen mucho de bueno, verdadero y provechoso en lo espiritual. Nunca hubiese sido elegido para el cargo más importante del mundo si su historial revelara que la mayoría de sus afirmaciones fueran tontas, equivocadas, superficiales o heterodoxas. Sin embargo, una pequeña gota de veneno puede transformar un delicioso pan dulce en algo peligroso para la salud. Del mismo modo, una sola afirmación que cause conmoción puede tener un profundo efecto desestabilizador y peligroso para nuestra salud espiritual.
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En este caso, el Papa ha dicho algo que nos hace temblar a muchos de nosotros, porque se trata de algo que dificilmente se pueda librar de la imputación de blasfemia, al menos desde el punto de vista de la materia. Con o sin intención, ha pronunciado palabras que, implican en un sentido natural, no forzado, que el Hijo de Dios mismo cometió un pecado.
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Veamos las palabras con las que Su Santidad, predicando en italiano, comentó el incidente del Evangelio: “Sabemos lo que Jesús hizo en una ocasión. En lugar de volver a casa con su familia, se quedó en Jerusalén, en el Templo, causándoles un gran sufrimiento a María y a José, que no podían hallarlo. Quizás, por esta “escapadita”, Jesús debió pedir perdón a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que podemos presumirlo”.
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Ya puedo oir la inmediata y casi instintiva respuesta de los católicos que se empeñan en salir en defensa del Santo Padre, no importa lo que diga o haga. Insistirán directamente en que lo correcto es hacer una lectura benigna de su homilía del 27 de diciembre de 2015, porque siempre se debe dar al papa el beneficio de la duda.
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Ahora bien, creo que se podría dar al pueblo el beneficio de la duda también, cuando ésta es razonable.(1) ¿Pero cuánta duda puede haber aquí? “¡Ay!”, protestarán mis críticos neocatólicos, “¡están poniendo en mala luz su homilía!”. La palabra “escapadita” demuestra que el Papa no considera esta acción del Niño Jesús una culpa grave.¡Ejem! ¿Una culpa grave? Disculpen, pero ¡acusar de pecado, aunque sea venial, al Hijo de Dios es de por sí gravísimo! Es un ataque absolutamente inaceptable contra la perfecta santidad divina. Además, un supuesto pecado que “provocó un gran sufrimiento” a la Madre de Dios y a San José ¿parece algo trivial?
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“Bueno”, me dirán, “quizás Francisco no quiera atribuir ningún pecado a nuestro Señor. Deberíamos suponer que el “perdón” que Jesús buscaba era el que se pide cuando uno comete un error de manera completamente inocente que en forma no premeditada terminó hiriendo a otra persona”.
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Lo siento, pero eso tampoco va a funcionar. En primer lugar, si eso es lo que el Papa Francisco quiso decir, ¿no debía haberlo dicho claramente? Es demasiado pedir que el Vicario de Cristo sea más sensible a la verdad revelada de que su Señor y Maestro “no tuvo pecado”? (cf. Heb IV, 15; 2º Cor V, 21, y muchos otros textos bíblicos) ; ¿que fuera lo suficientemente sensible como para anticipar que ciertas palabras podrían ser tomadas para poner dudas sobre esta verdad revelada y de este modo escandalizar a los fieles? ; ¿que fuera lo suficientemente sensible, por lo tanto, como para no utilizar esas palabras o para explicar cuidadosamente el sentido ortodoxo en que las usa?
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Es profundamente desalentador, y de hecho, tremendamente conmocionante, que el mismo Sucesor de Pedro despoje a este Misterio de Gozo de su alegría.
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En segundo lugar, y quizás más relevante aún, la coartada antes mencionada no servirá de nada. Si el Papa tenía en mente un error completamente inocente por parte del Niño Jesús, malamente podía llamarlo “scappatella”, [del italiano scappare: alejarse arbitrariamente de la familia sustrayéndose de los deberes civiles, morales y sociales], lo que constituiría al menos un pecado venial contra la virtud de la justicia. Por último, por el contexto la coartada es totalmente inverosimil ya que Francisco continúa en la siguiente oración cotejando este pedido de perdón imaginario por parte de Jesús a los que tienen lugar en nuestros hogares y familias: el pedido de perdón que tiene por origen el reconocimiento de nuestro pecado. Continúa, “momentos como este son parte del peregrinar de toda familia; el Señor transforma los momentos en oportunidades de crecimiento, de pedir y recibir el perdón, de demostrar amor y obediencia. En el año de la Misericordia, toda familia cristiana puede transformarse en un lugar privilegiado de este peregrinar experimentando la alegría del perdón”.
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En resumen, estos argumentos intentan excusar lo inexcusable. Como el niño que vio que el Emperador estaba desnudo, cualquier tierno infante puede también entender que cuando se dice que alguien “tenía que pedir perdón”, quiere decir que hizo algo malo, que pecó.
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Bueno ya es suficiente. Aún estamos en el glorioso tiempo de Navidad, así que permítanme retornar a la alegría del misterio ofreciendo una explicación alternativa al Hallazgo del Niño en el Templo, una que respalde la perfecta inocencia tanto de Jesús como de su Santa Madre. Por supuesto, no conocemos todas las circunstancias (cables cruzados, malentendidos, lo que sea) que llevaron a que se quedara en Jerusalén. Pero nuestra misma fe católica nos da la certeza de que no existió ningún pecado de desobediencia, imprudencia o negligencia en Jesús o María. Probablemente tampoco lo hubo de parte de José.
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Un escenario posible que se me ocurre deriva de la misma pregunta de Jesús a sus parientes, en respuesta a  la pregunta de la Bendita Madre de por qué les había “hecho esto” a José y a Ella. El preguntó: “¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” Podemos suponer que el joven Jesús era tan íntima y profundamente conciente  de Su única y consustancial relación con su Padre Celestial que al nivel de su conocimiento humano en desarrollo ( que a veces interponía en forma temporaria a su omniscencia divina, de modo de compartir más plenamente nuestras experiencias humanas de aprendizaje), Él en forma ingenua dio por sentado que María y José lo comprenderían también, y por ende lo buscarían primero en la casa de su Padre, el Templo de Jerusalén.
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Del por qué no estaba en la caravana al momento de partir para Nazaret, por supuesto estamos seguros de que no fue por desobediencia a una orden de sus padres de estar  a una determinada hora en un determinando lugar para comenzar el viaje. Tal desobediencia hubiera sido pecaminosa. No existía una manera precisa de decir la hora de todos modos en aquellos tiempos, y si existió un malentendido o cierta incertidumbre sobre cuándo saldría la caravana (¿al amanecer? ¿a media mañana?¿al mediodía?) el joven Jesús bien pudo haberse sentido llamado por su Padre Celestial a visitar el templo mientras esperaban que saliera la caravana, presuponiendo que sus padres lo pasarían a buscar por allí a la hora de marcharse. (Las personas de oración, hoy en día, a menudo visitan la capilla del aeropuerto cuando tienen un rato de espera antes de abordar ). También es posible que Jesús le hubiera pedido a algún compañero que le avisara a María y a José dónde estaría esperando, pero que el mensaje no llegara.
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Como María y José no pasaron a buscarlo el día de la partida de la caravana, Jesús prudentemente permaneció en el templo hasta que lo hallaran. Dirigirse a otro lado en la gran ciudad, donde, como niño galileo, no debía conocer a nadie, hubiera sido muy peligroso y habría sido más dificil hallarlo también. Los escribas y doctores del templo por supuesto habrían de alimentar y cuidar a este niño prodigiosamente sabio y educado, cuando les hubiera explicado que se produjo un malentendido sobre la partida de su caravana con destino Nazaret.
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Cómo salió la caravana sin el Niño Jesús, pero además sin una cuota de negligencia por parte de sus   padres, o al menos, por parte de Nuestra Señora, es otro punto sobre el que la narración del Evangelio según San Lucas permanece en silencio. Pero por cierto hubo una explicación. Hoy, los historiadores tienden a fruncir el seño ante posibles reconstrucciones imaginarias de acontecimientos que involucren algo que parezca improbable. A menudo prefieren aplicar la famosa  “Navaja de Occam”: lo más simple, lo menos complicado, la explicación más creíble, dicen, es más probablemente la verdad”.
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Pero la verdad es que la vida nos depara muchas experiencias y muchos acontecimientos “improbables”, tanto buenos como malos. Un ejemplo tomado de mi vida: hace varios años volé de St. Louis a Atlanta, y unos amigos debían pasar a buscarme por el aeropuerto. Por supuesto les había dado el número de vuelo y el horario de arribo. Hice el viaje en avión, y poco después de que el avión hiciera arribo en hora, estaba debidamente en el auto de mis amigos según lo planeado y todo salió a pedir de boca.
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Sin embargo, ¡no fue así en absoluto! La navaja de Occam, si un historiador la aplicara en este caso, hubiera rasurado una gran e  importante parte de realidad. Porque lo que en realidad sucedió en el aeropuerto de Atlanta fue más complicado y casi imposible. Mi vuelo arribó en horario en Atlanta, pero mis amigos por algún motivo fueron a un área de reclamos equivocada, a cierta distancia en otra parte de la muy extensa terminal. Tras haber esperado algunos minutos, sin noticias de mis amigos, se me acercó otro sacerdote. Me vio con mi  traje clerical y se dio cuenta de que estaba esperando a alguien. Me dijo: “Hola; Padre. Me  imagino que no estará esperando a José y Mercedes Pérez, ¿no? Sorprendido, respondí: “Sí, de hecho, ¡así es!” ”Bueno”, continuó el sacerdote, “soy el pastor de su parroquia, y coincidentemente me los encontré hace unos minutos cuando entrabamos al aeropuerto”.

Nos saludamos, por supuesto, y me dijeron que venían a buscar a un sacerdote amigo que los visitaría unos días. Nos separamos cuando me dijeron que se dirigían al sector Delta de reclamos para encontrarse. Sucede que vine al sector de reclamos de United para encontrarme con un amigo que está por llegar”. Plácidamente sorprendido por este fortuito regalito de la divina Providencia, le agradecí mucho al sacerdote y fui al sector de reclamos Delta, donde, seguramente, mis amigos me esperaban! Todos nos reimos y agradecimos a Dios  por ayudarnos a evitar una larga e infructuosa búsqueda. Pero el punto principal de esta anécdota es su inherente improbabilidad. Un escritor de ficción no hubiera inventado tal incidente, con su cadena de coincidencias improbables, porque creería que harían a su historia demasiado increíble y artificial. Sin embargo, les aseguro queridos lectores, que en verdad sucedió tal y como lo describí.
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Por lo tanto, no debería ser tan dificil para nosotros creer que la divina Providencia permitiera algunos otros acontecimientos aparentemente improbables, sin negligencia culpable de sus padres, María y José, que resultaran en la partida de la caravana sin su Miembro más importante. Debemos recordar varias cosas. Primero, al igual que en muchos pueblos de Oriente Medio hasta nuestros días , los hombres y las mujeres se segregaban en grupos  distintos. Segundo, los clanes familiares  tendían a jugar un  papel más importante en esa cultura que en la nuestra, que por siglos se ha centrado en la familia “nuclear”: esposo, esposa e hijos. Por último, esta caravana bien pudo haber incluido a mucha más gente que sólo los habitantes de Nazaret. Para mayor seguridad en un tiempo en que salteadores y animales salvajes a menudo ponían en peligro a los viajeros, varios de los poblados cercanos de Galilea muy probablemente se unieran para la peregrinación de Pascua a Jerusalén, en tal caso podría haber habido más de mil personas en toda la caravana.
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Entonces, podemos representrarnos un escenario en el que dos grupos separados, de hombres y mujeres repectivamente, que incluían cientos de personas, estaban viajando por separado. En lo que respecta a los hijos, en una cultura que no necesariamente se esperaba que estuvieran bajo la supervisión directa de sus padres en tales situaciones, la costumbre era que los niños mayores viajaran en el grupo de los hombres, mientras los más pequeños viajaban con las mujeres. Ahora bien, el Niño Jesús, a los doce, estaba en la edad en que hubiera sido razonable que viajara en cualquiera de los dos grupos. San Lucas nos dice (II, 44) que  durante el primer día tanto María como José pensaron que Jesús estaba en la caravana a resguardo. Evidentemente, entonces, los dos supusieron que se encontraba en el otro grupo. Y esta suposición pudo haber sido respaldada por un testimonio equivocado: alguien le asegura firmemente a Nuestra Señora  que han visto a Jesús más adelante en el grupo de los hombres y ella lo acepta con calma, y no ve la necesidad de buscarlo antes de acampar para pasar la noche, cuando las familias se reunan. Mientras tanto, José, al no ver a Jesús en el grupo de los hombres, supone que está con el de las mujeres. Posiblemente, – ¡recuerden lo increíble pero real, de mi experiencia en el aeropuerto de Atlanta!- a él también lo malinformaron sobre el tema.
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Pudo, por supuesto, haber habido otras aparentemente poco probables combinaciones de circunstancias que llevaran a la santa Madre y al Padre Legal de Nuestro Señor a continuar el primer día de viaje por horas suponiendo, sin culpa alguna, que Jesús se encontraba a salvo en la gran caravana. La Divina Providencia, en todo caso, permitió este malentendido de modo de dejar a todos los futuros cristianos un testimonio precioso y único de la niñez de nuestro Señor, de a qué temprana edad manifestó su sabiduría sobrenatural y la conciencia de ser Hijo de Dios, a quien el llama “Mi Padre”, en una forma completamente única.
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Es profundamente desalentador, y de hecho, tremendamente conmocionante, que el mismo Sucesor de Pedro despoje a este Misterio de Gozo de su alegría atreviéndose a pronunciar palabras que, tomadas fuera de contexto y en su sentido natural y obvio, pueden proyectar una sombra sobre el inmaculado Hijo de Dios.

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