Con motivo de la noticia de que se estudiaría
la posibilidad de estudiar el acceso de la mujer al diaconado, primer grado del
sacerdocio sobre lo cual sí ha sido estudiado el papel de las diaconisas de la
Sagrada Escritura, hace algunos años, cuando la iglesia anglicana admitió a la
mujer en las órdenes sagradas estudio que concluyó en una Carta Apostólica
sobre el tema OrdinatioSacerdotalis. Parece oportuno
traer a nuestra memoria unas páginas escritas por una mujer, Gertrud von le
Fort, que tal vez puedan ayudar a comprender la magnitud del problema.
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En su libro La mujer eterna, la autora escribe:
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“Cada mujer es hija de María; por tanto,
junto al portador de la paternidad espiritual, testimonio del sacerdocio
espiritual del hombre, tenernos en la Iglesia la misión religiosa de la mujer,
su apostolado, que es una misión maternal. En éste se cumplen para la mujer las
palabras del Salvador, no sólo en el sentido supremo y más elevado, sino en
sentido auténtico y propio: «El que
acogiere a un niño en nombre mío, a mí me acoge». La vida de la Iglesia
como vida religiosa es la vida de Cristo naciente en las almas. Así como la
figura del globo terrestre se reproduce como forma sagrada en la cúpula de una
catedral, aquí la idea religiosa toma la forma primitiva para realzarla. Vimos
el amor misericordioso de la mujer maternal, que, llevado por la necesidad de
protección y cuidado del propio hijo, se extiende a la maternidad universal.
Esta maternidad universal la vemos elevada al más alto servicio de Cristo
naciente en las almas. Al rayo de la corona de la «Madre de Misericordia»
corresponde un rayo de la corona de la «Madre de la divina Gracia».
.
La mujer como madre no fue distinguida con
ningún gran acto de consagración, ni su apostolado tampoco. El apostolado de la
mujer constituye sólo una parte del apostolado laico cuyo representante es todo
cristiano. La madre nunca se consuma en sí misma, sino en el hijo. También aquí
el gran sacramento se vierte sobre el hijo, no en la
madre; pero precisamente por esto la misión de la mujer en la Iglesia se relaciona con la esencia de la
Iglesia, constituye una parte de esta esencia. La Iglesia misma
considerada como madre es un principio cooperante; el que obra en ella es
Cristo.
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Este es el profundo motivo por el cual la
Iglesia no pudo confiar nunca el sacerdocio a la mujer: es el mismo motivo que
determinó a San Pablo a exigir que la mujer se cubriera con el velo en los
oficios divinos. La Iglesia no podía dejar el
sacerdocio en manos de la mujer, pues con ello hubiera destruido el verdadero
significado de la mujer en la Iglesia; hubiera destruido una parte de su propia esencia, aquella
cuya representación simbólica confió a la mujer. La exigencia de San Pablo no
representaba una costumbre motivada por circunstancias de la época, sino que representa la exigencia de la Iglesia supratemporal
impuesta a la mujer intemporal por su significado religioso.
.
Igual que el nacimiento natural, el
nacimiento religioso en el fondo también está velado. También la Iglesia puede
decir las palabras que Dios manifestó a Moisés: «Yo haré pasar ante ti toda mi gloria y publicaré ante ti el nombre del
Señor. A quien doy mi gracia, a él doy mi gracia; para el que soy
misericordioso, para éste soy misericordioso. Pero nadie puede contemplar mi
rostro». La vida propiamente anímica de la Iglesia está oculta. De ahí el
error indefectible de todos aquellos que creen poder apreciar o juzgar la vida
religiosa de la Iglesia por su exterior, una sinrazón sólo comparable a aquella
que exigiera del bisturí seccionador del médico el hallazgo del alma en el
cuerpo. Decíamos que en la misión maternal de su apostolado la mujer se
relaciona íntimamente con la esencia de la Iglesia, es decir, se relaciona con
su esencia oculta. El apostolado de la mujer en la
Iglesia es en primer lugar el apostolado del silencio; en el
centro de lo verdaderamente sagrado necesariamente es donde más intensose
acentúa el carácter religioso de la mujer. El apostolado del silencio significa
que la mujer está llamada, sobre todo, a representar la
vida oculta de Cristo en la Iglesia; así, pues, como portadora
de su misión religiosa en la Iglesia, es hija de María.
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Con ello se ha señalado el apostolado de la
mujer en toda su profundidad. Sólo una época extraviada,
tanto en lo religioso como en lo natural, como lo fue la última en tantos
aspectos, pudo ver en la esencia de este apostolado un
menosprecio de la mujer; error que nunca debió ser combatido con
el débil consuelo de que la mujer, alguna que otra vez, había hablado y obrado
en la Iglesia, pues no lo ha hecho jamás en el verdadero ámbito sagrado del
sacerdocio. La directa misión carismática que en distintos casos, como en Santa
Catalina de Siena, rompió el silencio de la mujer en la Iglesia, se cumple sólo
en la línea extraordinaria, no constituye la regla. Y la regla significa aquí
que también en la Iglesia el verdadero seno materno de todas las cosas está
oculto.
.
(…) «el
hombre es sacerdote, pero a la mujer le fue dado el sacrificio» (Paul
Claudel). Aquí el misterio de la maternidad
religiosa roza el misterio sacerdotal de la transubstanciación”.
.
Como ha señalado
Ratzinger en Informe sobre
la fe detrás de estas posturas hay una trivialización de la
sexualidad: “significa que el sexo se
mira como una simple función que puede intercambiarse a voluntad”. Por lo
tanto, aunque en apariencia estas posturas significarían una dignificación y
una elevación de la mujer, en realidad son un ataque más a la esencia y
verdadera misión de la mujer. En un mundo que niega el misterio de la
maternidad es claro que no se entienda el misterio de la mujer y su vinculación
al sacrificio que es su verdadera relación con el misterio de la
transubstanciación.
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